3/31/2015

PRESENTACIÓN JORNADA DE VOCACIONES NATIVAS

VOCACIÓN Y MISIÓN
Narra el Evangelio que Jesús, al ver a la gente, sintió compasión de ellos, porque, mientras recorría pueblos y ciudades, los encontraba cansados y abatidos “como ovejas que no tienen pastor” (Mt 9,36). De esa mirada de amor brotaba la invitación a los discípulos: “Rogad, pues, al Señor de la mies que mande trabajadores a su mies” (Mt 9,38); y envió a los Doce “a las ovejas perdidas de Israel”, con instrucciones precisas.

Desde entonces, se inicia la evangelización de los pueblos, y se comprueba cómo Dios suscita numerosos discípulos en las comunidades cristianas que nacen del primer anuncio y se consolidan con la celebración de la fe. Estas vocaciones en no pocas ocasiones son zarandeadas por circunstancias dolorosas, como la resistencia a la aceptación del mensaje, o incluso son expulsadas de la propia tierra por ser seguidores de Jesús (cf. Hch 8,1-4). La vida evangelizadora de Pablo es uno de tantos ejemplos, pero su respuesta ante la adversidad se convierte en luz para futuros discípulos misioneros. Cuando es acusado de no estar autorizado para el apostolado, apela repetidas veces precisamente a la vocación recibida directamente del Señor (cf. Rom 1,1; Gál 1,11-12.15-17). La llamada vocacional es el argumento fundante de su misión. No se ha “apuntado” a este trabajo por iniciativa propia: ha sido llamado y enviado.

¡Qué bueno caminar contigo!”
Desde hace más de 50 años se celebra, en la Iglesia católica, la Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones el IV Domingo de Pascua. Si cada día la Iglesia ora al Padre por aquellos que han sido llamados al sacerdocio y a la vida consagrada, esta Jornada es especialmente singular, porque la Palabra de Dios pone ante la consideración de los fieles la figura del Buen Pastor. Este año, además, coincide con la celebración, en España, de la Jornada de Vocaciones Nativas, promovida por la Obra Pontificia de San Pedro Apóstol, que tiene como finalidad ayudar a la formación y el sostenimiento de las vocaciones que Dios suscita al ministerio sacerdotal y a la vida consagrada en los territorios de misión.
Para celebrar ambas jornadas se propone a las comunidades cristianas el lema “¡Qué bueno caminar contigo!”. Cuando una persona, generalmente un joven, acepta la llamada de Dios, experimenta una enorme alegría y gozo. “¡Qué bueno es estar aquí!”, diría Pedro en el monte Tabor. Esta experiencia contrasta con los momentos previos, en los que la incertidumbre o la indefinición aparecían como disuasorias coartadas del miedo y de la preocupación. En el momento en que Mateo, después de escuchar la llamada, se levanta y lo deja todo, su vida ha empezado a cambiar, y lo celebra con una fiesta. Es el comienzo de una nueva etapa, impregnada de amor y de bondad, que ha de recorrer. El secreto de esta nueva actitud nace de la certeza de que el amor no admite cálculos ni contraprestaciones: es la entrega radical de uno mismo. Inmediatamente, sin buscarlo, casi sin desearlo, se experimenta la belleza de la donación. Así, de manera sencilla, pero heroica, comienza el caminar del discípulo, con la mirada puesta en la espalda del Maestro que va por delante desbrozando el camino.
No es un caminar en solitario, sino en compañía. “Caminar contigo”, reza el lema. Las vocaciones a la vida consagrada y al sacerdocio son “echar a andar” con el Otro, conscientes de que junto a ellas camina el compañero silencioso, oculto y a veces “disfrazado”, como les sucedió a los discípulos de Emaús: inicialmente no le reconocieron, pero se sentían muy a gusto con el “desconocido”; más tarde descubrirían que era el Resucitado. Cada vocación vive en profundidad esta certeza de recorrer el camino de la salvación en la cercanía y proximidad de Jesús. “Caminar contigo” implica, además, que el sendero está repleto de otros caminantes, con los que el discípulo comparte la experiencia de la fe, la ilusión de la esperanza y la cercanía del amor. De este modo el recorrido se hace gratificante y seguro. Cómo se agradece en muchos tramos del camino la mano amorosa del cirineo que ayuda a llevar la cruz o a levantarse cuando uno ha podido tropezar.

Vocaciones nativas... en camino
La mencionada coincidencia de la Jornada de Vocaciones Nativas con el día en que la Iglesia universal es convocada a orar por las vocaciones es un signo más de la intrínseca relación entre vocación y misión. Son las laicas francesas Juana Bigard y su madre, Estefanía, quienes, a finales del siglo XIX, se ponen en movimiento con el fin de promover las ayudas necesarias para las vocaciones que inician su singladura en los ámbitos misioneros, dando origen a una iniciativa, la Obra de San Pedro Apóstol, que más tarde, en 1922, alcanzaría su condición de “Pontificia”. Habían intuido que la formación de las vocaciones al ministerio sacerdotal y a la vida consagrada sería garantía para la expansión del Evangelio.
Desde el principio ambas advirtieron que era claramente insuficiente con la provisión de ayudas económicas, aunque fueran necesarias. Se requería, con prioridad, dotar a estos ámbitos misioneros de una fuerte consistencia espiritual, enraizada en la adhesión al Evangelio en la persona de Jesucristo. Con este anclaje se aseguraba que las vocaciones allí surgidas y formadas llevaran en su entraña la certeza de que eran llamadas no solo a atender a las comunidades de las que habían salido, sino al mundo entero, como sucedió con los apóstoles. La vocación-misión, como testimonio del amor divino, resulta especialmente eficaz cuando se comparte “para que el mundo crea” (Jn 17,21). Por eso, la súplica al Dueño de la mies para que suscite vocaciones no es para “abastecer” las necesidades próximas e inmediatas de las urgencias pastorales domésticas, sino para su disponibilidad a salir de sus límites e ir a donde la Iglesia lo necesite.


Seminarios y noviciados en la misión
Dios sigue rompiendo esquemas, llamado a los que quiere y en las circunstancias menos previsibles, como es el caso de las que llamamos vocaciones nativas. Cuando parece que se carece de recursos materiales y de la formación adecuada, surge la llamada a entregar la vida al servicio los más pequeños, de los enfermos, de los que sufren, de los pobres. La llamada-respuesta es el inicio de un largo itinerario para el discernimiento y la formación en el mismo ámbito cultural y social donde esa vocación nació. Más tarde la Iglesia, según viene siendo desde el principio, les irá enviando a otros lugares para entregar gratis lo que de modo gratuito han recibido. Su testimonio de vida puede impulsar a muchos jóvenes a seguir a Cristo y a dar su vida por los demás, encontrando así la vida verdadera.
A ellos se suman muchos hombres y mujeres que, movidos por la acción del Espíritu Santo, han escogido vivir el Evangelio con radicalidad, haciendo profesión de castidad, pobreza y obediencia. Religiosos y religiosas de vida activa o contemplativa, que, con su oración perseverante por toda la humanidad o con su multiforme acción caritativa, dan a todos el testimonio vivo del amor y de la misericordia de Dios. “Ellos son, por excelencia”, decía Pablo VI, “voluntarios y libres para abandonar todo y lanzarse a anunciar el Evangelio hasta los confines de la tierra. [...] Se les encuentra no raras veces en la vanguardia de la misión y afrontando los más grandes riesgos para su salud y su propia vida. Sí, en verdad, la Iglesia les debe muchísimo” (Evangelii nuntiandi, 69).
Las vocaciones que nacen en el surco de la misión son una invitación permanente para que los bautizados y las comunidades cristianas sientan la urgencia del agradecimiento a Dios, por seguir suscitando esas vocaciones en los lugares y momentos más insospechados, y del compromiso para cooperar, de modo que ninguna se pierda por carecer de medios para su formación. De un modo especial, la Jornada vocacional del próximo 26 de abril abre nuevos horizontes para que el Pueblo de Dios manifieste su gratitud por el don de la vocación de especial consagración y sea muy solícito para caminar a su lado, ayudando con la oración y la cooperación.




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