Desde
entonces, se inicia la evangelización de los pueblos, y se comprueba
cómo Dios suscita numerosos discípulos en las comunidades
cristianas que nacen del primer anuncio y se consolidan con la
celebración de la fe. Estas vocaciones en no pocas ocasiones son
zarandeadas por circunstancias dolorosas, como la resistencia a la
aceptación del mensaje, o incluso son expulsadas de la propia tierra
por ser seguidores de Jesús (cf. Hch 8,1-4). La vida evangelizadora
de Pablo es uno de tantos ejemplos, pero su respuesta ante la
adversidad se convierte en luz para futuros discípulos misioneros.
Cuando es acusado de no estar autorizado para el apostolado, apela
repetidas veces precisamente a la vocación recibida directamente del
Señor (cf. Rom 1,1; Gál 1,11-12.15-17). La llamada vocacional es el
argumento fundante de su misión. No se ha “apuntado” a este
trabajo por iniciativa propia: ha sido llamado y enviado.
“¡Qué
bueno caminar contigo!”
Desde
hace más de 50 años se celebra, en la Iglesia católica, la Jornada
Mundial de Oración por las Vocaciones el IV Domingo de Pascua. Si
cada día la Iglesia ora al Padre por aquellos que han sido llamados
al sacerdocio y a la vida consagrada, esta Jornada es especialmente
singular, porque la Palabra de Dios pone ante la consideración de
los fieles la figura del Buen Pastor. Este año, además, coincide
con la celebración, en España, de la Jornada de Vocaciones Nativas,
promovida por la Obra Pontificia de San Pedro Apóstol, que tiene
como finalidad ayudar a la formación y el sostenimiento de las
vocaciones que Dios suscita al ministerio sacerdotal y a la vida
consagrada en los territorios de misión.
Para
celebrar ambas jornadas se propone a las comunidades cristianas el
lema “¡Qué bueno caminar contigo!”. Cuando una persona,
generalmente un joven, acepta la llamada de Dios, experimenta una
enorme alegría y gozo. “¡Qué bueno es estar aquí!”, diría
Pedro en el monte Tabor. Esta experiencia contrasta con los momentos
previos, en los que la incertidumbre o la indefinición aparecían
como disuasorias coartadas del miedo y de la preocupación. En el
momento en que Mateo, después de escuchar la llamada, se levanta y
lo deja todo, su vida ha empezado a cambiar, y lo celebra con una
fiesta. Es el comienzo de una nueva etapa, impregnada de amor y de
bondad, que ha de recorrer. El secreto de esta nueva actitud nace de
la certeza de que el amor no admite cálculos ni contraprestaciones:
es la entrega radical de uno mismo. Inmediatamente, sin buscarlo,
casi sin desearlo, se experimenta la belleza de la donación. Así,
de manera sencilla, pero heroica, comienza el caminar del discípulo,
con la mirada puesta en la espalda del Maestro que va por delante
desbrozando el camino.
No
es un caminar en solitario, sino en compañía. “Caminar contigo”,
reza el lema. Las vocaciones a la vida consagrada y al sacerdocio son
“echar a andar” con el Otro, conscientes de que junto a ellas
camina el compañero silencioso, oculto y a veces “disfrazado”,
como les sucedió a los discípulos de Emaús: inicialmente no le
reconocieron, pero se sentían muy a gusto con el “desconocido”;
más tarde descubrirían que era el Resucitado. Cada vocación vive
en profundidad esta certeza de recorrer el camino de la salvación en
la cercanía y proximidad de Jesús. “Caminar contigo” implica,
además, que el sendero está repleto de otros caminantes, con los
que el discípulo comparte la experiencia de la fe, la ilusión de la
esperanza y la cercanía del amor. De este modo el recorrido se hace
gratificante y seguro. Cómo se agradece en muchos tramos del camino
la mano amorosa del cirineo que ayuda a llevar la cruz o a levantarse
cuando uno ha podido tropezar.
Vocaciones
nativas... en camino
La
mencionada coincidencia de la Jornada de Vocaciones Nativas con el
día en que la Iglesia universal es convocada a orar por las
vocaciones es un signo más de la intrínseca relación entre
vocación y misión. Son las laicas francesas Juana Bigard y su
madre, Estefanía, quienes, a finales del siglo XIX, se ponen en
movimiento con el fin de promover las ayudas necesarias para las
vocaciones que inician su singladura en los ámbitos misioneros,
dando origen a una iniciativa, la Obra de San Pedro Apóstol, que más
tarde, en 1922, alcanzaría su condición de “Pontificia”. Habían
intuido que la formación de las vocaciones al ministerio sacerdotal
y a la vida consagrada sería garantía para la expansión del
Evangelio.
Desde
el principio ambas advirtieron que era claramente insuficiente con la
provisión de ayudas económicas, aunque fueran necesarias. Se
requería, con prioridad, dotar a estos ámbitos misioneros de una
fuerte consistencia espiritual, enraizada en la adhesión al
Evangelio en la persona de Jesucristo. Con este anclaje se aseguraba
que las vocaciones allí surgidas y formadas llevaran en su entraña
la certeza de que eran llamadas no solo a atender a las comunidades
de las que habían salido, sino al mundo entero, como sucedió con
los apóstoles. La vocación-misión, como testimonio del amor
divino, resulta especialmente eficaz cuando se comparte “para que
el mundo crea” (Jn 17,21). Por eso, la súplica al Dueño de la
mies para que suscite vocaciones no es para “abastecer” las
necesidades próximas e inmediatas de las urgencias pastorales
domésticas, sino para su disponibilidad a salir de sus límites e ir
a donde la Iglesia lo necesite.
Seminarios
y noviciados en la misión
Dios
sigue rompiendo esquemas, llamado a los que quiere y en las
circunstancias menos previsibles, como es el caso de las que llamamos
vocaciones nativas. Cuando parece que se carece de recursos
materiales y de la formación adecuada, surge la llamada a entregar
la vida al servicio los más pequeños, de los enfermos, de los que
sufren, de los pobres. La llamada-respuesta es el inicio de un largo
itinerario para el discernimiento y la formación en el mismo ámbito
cultural y social donde esa vocación nació. Más tarde la Iglesia,
según viene siendo desde el principio, les irá enviando a otros
lugares para entregar gratis lo que de modo gratuito han recibido. Su
testimonio de vida puede impulsar a muchos jóvenes a seguir a Cristo
y a dar su vida por los demás, encontrando así la vida verdadera.
A
ellos se suman muchos hombres y mujeres que, movidos por la acción
del Espíritu Santo, han escogido vivir el Evangelio con radicalidad,
haciendo profesión de castidad, pobreza y obediencia. Religiosos y
religiosas de vida activa o contemplativa, que, con su oración
perseverante por toda la humanidad o con su multiforme acción
caritativa, dan a todos el testimonio vivo del amor y de la
misericordia de Dios. “Ellos son, por excelencia”, decía Pablo
VI, “voluntarios y libres para abandonar todo y lanzarse a anunciar
el Evangelio hasta los confines de la tierra. [...] Se les encuentra
no raras veces en la vanguardia de la misión y afrontando los más
grandes riesgos para su salud y su propia vida. Sí, en verdad, la
Iglesia les debe muchísimo” (Evangelii nuntiandi, 69).
Las
vocaciones que nacen en el surco de la misión son una invitación
permanente para que los bautizados y las comunidades cristianas
sientan la urgencia del agradecimiento a Dios, por seguir suscitando
esas vocaciones en los lugares y momentos más insospechados, y del
compromiso para cooperar, de modo que ninguna se pierda por carecer
de medios para su formación. De un modo especial, la Jornada
vocacional del próximo 26 de abril abre nuevos horizontes para que
el Pueblo de Dios manifieste su gratitud por el don de la vocación
de especial consagración y sea muy solícito para caminar a su lado,
ayudando con la oración y la cooperación.
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