Es conocido por todos el emotivo momento que vivió el Papa Francisco en su reciente viaje reciente a Filipinas de mano de una niña de 12 años, Glyzelle
Palomar, quien
leyó un conmovedor testimonio sobre la vida de los pequeños
filipinos abandonados y que afrontan abusos, drogas y prostitución.
Por ello hoy os dejamos esta entrada de OMP referida al Papa y los niños, donde podréis leer la homilía del Papa en su peregrinación a Tierra Santa donde celebró la santa misa en la Plaza del Pesebre de Belén.
“«Y
aquí tenéis la señal: encontraréis un niño envuelto en pañales
y acostado en un pesebre» (Lc 2,12). [...]
El
Niño Jesús, nacido en Belén, es el signo que Dios dio a los que
esperaban la salvación, y permanece para siempre como signo de la
ternura de Dios y de su presencia en el mundo. El ángel dijo a los
pastores: «Y aquí tenéis la señal: encontraréis un niño...».
También
hoy los niños son un signo. Signo de esperanza, signo de vida, pero
también signo “diagnóstico” para entender el estado de salud de
una familia, de una sociedad, de todo el mundo. Cuando los niños son
recibidos, amados, custodiados, tutelados, la familia está sana, la
sociedad mejora, el mundo es más humano. [...]
Dios
hoy nos repite también a nosotros, hombres y mujeres del siglo XXI:
«Y aquí tenéis la señal», buscad al niño...
El
Niño de Belén es frágil, como todos los recién nacidos. No sabe
hablar y, sin embargo, es la Palabra que se ha hecho carne, que ha
venido a cambiar el corazón y la vida de los hombres. Este Niño,
como todo niño, es débil y necesita ayuda y protección. También
hoy los niños necesitan ser acogidos y defendidos desde el seno
materno.
En
este mundo, que ha desarrollado las tecnologías más sofisticadas,
hay todavía por desgracia tantos niños en condiciones inhumanas,
que viven al margen de la sociedad, en las periferias de las grandes
ciudades o en las zonas rurales. Todavía hoy muchos niños son
explotados, maltratados, esclavizados, objeto de violencia y de
tráfico ilícito. Demasiados niños son hoy desplazados, refugiados,
a veces ahogados en los mares, especialmente en las aguas del
Mediterráneo. De todo esto nos avergonzamos hoy delante de Dios, el
Dios que se ha hecho Niño.
Y
nos preguntamos: ¿quién somos nosotros ante Jesús Niño? ¿Quién
somos ante los niños de hoy? ¿Somos como María y José, que
reciben a Jesús y lo cuidan con amor materno y paterno? ¿O somos
como Herodes, que desea eliminarlo? ¿Somos como los pastores, que
corren, se arrodillan para adorarlo y le ofrecen sus humildes dones?
¿O somos más bien indiferentes? ¿Somos tal vez retóricos y
pietistas, personas que se aprovechan de las imágenes de los niños
pobres con fines lucrativos? ¿Somos capaces de estar a su lado, de
«perder tiempo» con ellos? ¿Sabemos escucharlos, custodiarlos,
rezar por ellos y con ellos? ¿O los descuidamos, para ocuparnos de
nuestras cosas?
Y
aquí tenemos la señal: «Encontraréis un niño...». Tal vez ese
niño llora. Llora porque tiene hambre, porque tiene frío, porque
quiere estar en brazos... También hoy lloran los niños, lloran
mucho, y su llanto nos cuestiona. En un mundo que desecha cada día
toneladas de alimento y de medicinas, hay niños que lloran en vano
por el hambre y por enfermedades fácilmente curables. En una época
que proclama la tutela de los menores, se venden armas que terminan
en las manos de niños soldado; se comercia con productos
confeccionados por pequeños trabajadores esclavos. Su llanto es
acallado. ¡El llanto de estos niños es acallado! Deben combatir,
deben trabajar, no pueden llorar. Pero lloran por ellos sus madres,
Raqueles de hoy: lloran por sus hijos, y no quieren ser consoladas
(cf. Mt 2,18).
«Y
aquí tenéis la señal»: encontraréis un niño. El Niño Jesús
nacido en Belén, todo niño que nace y crece en cualquier parte del
mundo, es signo diagnóstico, que nos permite comprobar el estado de
salud de nuestra familia, de nuestra comunidad, de nuestra nación.
De este diagnóstico franco y honesto, puede brotar un estilo de vida
nuevo, en el que las relaciones no sean ya de conflicto, abuso,
consumismo, sino relaciones de fraternidad, de perdón y
reconciliación, de participación y de amor.
Oh
María, Madre de Jesús, tú, que has acogido, enséñanos a
acoger; tú, que has adorado, enséñanos a adorar; tú, que
has seguido, enséñanos a seguir. Amén”
Papa
Francisco
25
de mayo de 2014
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