"Sal de tu tierra, sí, pero ¿a dónde, cómo, con qué condiciones? ¿Sal de tu tierra así sin
más?
Estas
palabras del slogan del DOMUND de este año siempre han ejercido en
mí cierto
atractivo,
evocan países lejanos, viajes, aventuras, músicas, culturas, etc.
Sin
embargo, por mucho tiempo el “Sal de tu tierra” lo entendí como
una ocurrencia para
aventureros
eclesiales, un “deporte de riesgo” para los más atrevidos, para
“los más
titanes”,
para aquellos que andaban rebuscando el “más difícil todavía”.
“Ser misionero” lo
veía
como algo que formaba parte de lo bonito, de lo brillante, de lo
sobresaliente que
todo
el mundo admira; pero en definitiva, algo que era prescindible,
accesorio, algo que
realmente
no se pide, y que, a todo lo más, llegan a ser consentidos o
tolerados. Pues
ahora
que hay aquí tanto trabajo, ¿a ti se te ocurre marcharte por ahí?.
Sin
embargo poco a poco llegué a comprender que es Dios mismo quien
pronuncia estas
palabras,
es el mismo Jesús quien ordena a su Iglesia “id por todo el mundo”
(Marcos
16,15),
más allá de tu pueblo, más allá de tu diócesis, más allá de ti
mismo. Y es una
exigencia
viene de Dios, y pide una respuesta: a la Iglesia, a la diócesis a
las personas.
no
ser de la Iglesia, del ser o no ser de una palabra que tiene que ser
conocida y que es
causa
de liberación para mucha gente y para muchos pueblos, ya lejanos ya
cercanos.
“Sal
de tu tierra”, ¿a dónde?, ¡qué importa! ¿No viene de Él la
invitación?, pues Él será el
garante
del viaje, aún a las islas más remotas, a los desafíos que no
estaban previstos, a
los
obstáculos para los que no estabas preparado, a las pruebas que no
estaban
programadas,
a los cambios para los que no te habían avisado, a… Tú ponte en
camino,
pues
no serán tus cualidades, habilidades, destrezas y experiencia
quienes garantizan el
viaje,
sino la confianza en Aquél que te invita y te asegura “yo estaré
con vosotros todos
los
días”.
“Sal
de tu tierra” cómo, con qué condiciones. No hay condiciones; o
sí, hay una condición:
estar
enamorado; estar entusiasmado porque has encontrado la perla
escondida que vale
más
que todas las demás perlas, y quieres que todos la conozcan, la
disfruten y también
la
posean. Solo este entusiasmo nos puede hacer caminar como Iglesia y
salir de
nosotros
mismos, a pesar de nuestros miedos, a pesar de nuestras inseguridades
personales
o institucionales. ¿No es Dios el dueño de esta empresa? Por si lo
habíamos
olvidado
Él mismo nos lo recuerda: “Si el Señor no construye la casa en
vano se cansan
los
albañiles…” (Salmo 126)
“Sal
de tu tierra” es salir del terruño, es salir de la rutina, de lo
de siempre; es, en
definitiva,
el salir de uno mismo (para más cerca o para más lejos, pero
salir), es dejarse
guiar,
es dejarse seducir por Dios. Y Él te conducirá (y conducirá a la
Iglesia) a donde
nunca
habías imaginado poder llegar."
Antonio
Fernández Domínguez – Misionero del IEME en Zambia
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