9/28/2016

TESTIMONIO DE JUAN GONZALEZ NUÑEZ.


El misionero ourensano Juan González Nuñez, también se une a sus compañeros y nos envía un precioso testimonio con motivo del lema de la campaña del Domund de este año.

"A Abraham le debió seguir resonando en los oídos aquella frase que había puesto su vida de revés. Y quizá se preguntara en más de una ocasión si, en realidad, la había oído o la había soñado. Pero nunca jamás se le ocurrió volver atrás. No sólo, sino que para su hijo Isaac está dispuesto aceptar cualquier cosa, por indigerible que sea (como que se case con una cananea) con tal de que no se vuelva la tierra que él dejó un día.

Parece que Dios le promete otra tierra a cambio de la que deja, pero no es así. Abraham nunca tendrá otra tierra que se equivalga a la tierra de sus padres, la de Ur. Es cierto que Dios le enseña la tierra de Canaán y le dice que será suya, y él anda por ella casi como si lo fuera, pero no lo es. Cuando muere, sólo la cueva de Macpela, donde sepulta a su mujer, es posesión suya. Todo lo demás es pura promesa, camino hacia adelante, esperanza de poder aferrar algo que nunca da aferrado mientras vive. Eso le permite ser el hombre de todos.

Abraham podría ser muy bien el patrono de los misioneros. Digamos, al menos, que la frase que le puso en movimiento es la que puso en movimiento a cada misionero. Hace ahora 52 años que yo, un misionero ourensano más entre los muchos, decidí de manera consciente y deliberada dejar atrás un escenario geográfico y una previsible trayectoria de vida que me resultaba familiar para seguir una “supuesta” llamada de Dios. Tenía 20 años. Desde entonces, he caminado mucho y por muchos escenarios tanto geográficos como culturales y espirituales. Se dice siempre que lo específico del misionero es el salir” a otras naciones, a otras culturas. Lo sigue siendo; lo que cambió es que antes el movimiento era unidireccional, de Europa hacia Africa, América… Ahora es multidireccional, pero implica siempre salir.

Y no se sale de una tierra para ligarse uno de manera exclusiva a otro pueblo determinado, “a mi primera misión”. Hay en el misionero algo de abierto, de universal.
Debe ser el peregrino que es de todos y nada mi nadie es posesión suya. Lo experimenté vívidamente el día que dije adiós a los gumuz, con quienes había compartido nueve intensos años. Escribí entonces: “Las “fidelidades hasta la muerte” en este mundo contingente son malsanas. Y más para un misionero cuya vocación es la movilidad. El amor nunca es posesivo; deja, si puede, un rastro de perfume y vuela a otra parte. Otros amores esperan, a los que hay que dar lo mejor de uno mismo, sin decirles que se llega a ellos sólo con la mitad del corazón, porque la otra mitad se ha quedado atrás”.

Juan González Núñez

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