Sois
el rostro “auténticamente” misionero de la Diócesis
Mis queridos hermanos y hermanas: Al acercarse la
Solemnidad de Pentecostés, “fiesta del comienzo de la Iglesia”, en mi corazón
de padre, hermano, amigo y pastor renace con fuerza mi más sincero agradecimiento
a todos los que formáis parte de esta Iglesia, de antiquísimas raíces
cristianas, y que peregrina en la fe por estas tierras de Ourense. Con
frecuencia, cuando me encuentro de Visita pastoral en muchas de nuestras
comunidades parroquiales, extendidas por la amplia geografía de nuestra
Diócesis, me encuentro con que vuestros familiares os hacen presentes, con
vuestros nombres y apellidos. No sois historias de un pasado, sino algo muy presente y vivo. ¡Sois Iglesia!
Se os
recuerda con afecto y cariño agradecido porque sois esa Iglesia en salida que nos ayuda a reconocer que somos una Diócesis
que siempre debe estar y sentirse en misión. Es verdad que los tiempos han
cambiado y, en estos momentos, son los que de allende nuestras tierras, quizás vuestros hijos e hijas
espirituales - aquellos que han surgido como consecuencia de vuestra fidelidad
misionera -, los que tendrán que ayudarnos a los de aquí a descubrir que
nuestro trabajo pastoral actual debe ser entendido en clave de misión, de lo contrario
no habremos superado la etapa del simple “mantenimiento”. Si queremos salir al
encuentro de tantos hermanos y hermanas que habiendo recibido los sacramentos
de la iniciación cristiana se han apartado de la Iglesia y se han alejado
incluso de la fe recibida, o puede que se encuentren situados en ese complejo
ámbito de la indiferencia, necesitamos salir a su encuentro manifestándoles el
rostro de una Iglesia madre y misericordiosa, de un Señor cercano que nos
quiere mostrar la ternura de Dios.
Sabéis bien que llevamos poco más de un año dando
pasos para llevar a cabo un Sínodo Diocesano. Hasta este momento yo tengo que
afirmar, y no sería sincero con vosotros si no lo hiciese, que lo he vivido
como un momento de gracia y de cercanía. Como una ocasión que nos está ayudando
a descubrir un estilo de Iglesia que nos invita a caminar juntos buscando
nuevos caminos y métodos para acertar en esta nueva tarea evangelizadora que
nos pide la Iglesia.
Vosotros, mis queridos hermanos y amigos misioneros
nos enseñáis siempre cuál debe ser el camino. Habéis sido enviados por el mundo
entero con la única condición de ser un eco, con vuestras vidas, del Evangelio
de la alegría. No habéis puesto condiciones, habéis entregado todo lo que
tenías y erais, incluso dejasteis esas legítimas uniones con vuestras familias
y con vuestra tierra. Vuestra disponibilidad es para nosotros un ejemplo y una
lección constante de vitalidad evangélica. En nombre de esta Iglesia os estamos
inmensamente agradecidos. Cuando a nosotros nos cuesta tanto trabajo cambiar de
una parroquia para otra, incluso dentro de nuestra geografía diocesana, y
siempre tenemos disculpas que dificultan el ejercicio del ministerio, vosotros
sois siempre un motivo para ponernos en camino.
Hace tan solo unos días en el santuario de Fátima,
escuchaba al papa Francisco, que nos invitaba a descubrir el rostro joven y
hermoso de la Iglesia que resplandece “cuando
es misionera, acogedora, libre, fiel, pobre de medios y rica de amor”. Eso
que nos pide el Santo Padre es lo que todos deseamos para esta porción de la
Iglesia santa de Dios, que como Iglesia
en misión quiere salir al encuentro de nuestros hermanos los hombres y
mujeres de nuestro tiempo, que como “pobres de Jesucristo” extienden sus manos
rogándonos que nos convirtamos en esos testigos misioneros, testigos alegres y
convencidos de que sólo el Evangelio de Jesús transformará la vida y el mundo
entero.
Al mismo tiempo que os tenemos presente, os rogamos
que no os olvidéis de nosotros en estos momentos
un tanto recios para la labor pastoral, para las vocaciones al ministerio
sacerdotal, a la vida religiosa, misionera y monástica. Necesitamos vuestra
fuerza, contamos con vuestra fidelidad y disponibilidad plena al servicio de la
causa del Reino. Y confiamos en que la providencia amorosa del Buen Dios nos
ayude a encontrarnos el próximo día 22 de julio: Día de los Misioneros Diocesanos.
Que el don del Espíritu Santo que ha encendido en
vuestros corazones la llama de la misión “ad
gentes” nunca se apague en esta Iglesia particular y sea para nosotros, los
de aquí, un estímulo y acicate para nuestra fidelidad y disponibilidad en
y para
servir a la Iglesia como esta quiere ser servida, y allí donde nos
necesite.
También yo, como un pobre de Jesucristo me encomiendo a vuestras oraciones y os ofrezco
lo que no es mío: la bendición del Señor Resucitado.

X J. Leonardo Lemos
Montanet
Bispo de Ourense
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